martes, 28 de diciembre de 2010

Nostalgia fierrera

Esta entrada me llena de alegría escribirla porque la escribo para expresar mi profunda admiración a todos aquellos que han decidido tener el valor de ir a entrenar y construir el cuerpo cuando al momento de hacerlo era algo desconocido o se hacía bajo la ignorancia o falta de conocimientos de métodos, rutinas, alimentación, equipamiento, etc.
Es un pequeño homenaje que le hace esta escritora que día a día les refleja la belleza de los cuerpos musculosos en las mujeres, pero esta vez he decido homenajear a esos hombres de mi país que con lo poco que tenían y rebuscándosela como podía han sido dignos de admiración.

Hoy en día ir a un gimnasio es la gloria. Es un lugar en donde nos encontramos con conocidos, hay espacio, ventilación, buena o mala música, un montón de máquinas, bancos acolchados y demás ventajas para que aquel que vaya se sienta lo mas cómodo y mejor atendido y así siga yendo el mayor tiempo posible.
Actualmente en cualquier ciudad hay varios, mejores o peores, más grandes o más chicos pero hay gran cantidad de gimnasios para elegir, es decir, nadie puede decir que no va porque le queda lejos o porque le da miedo ir, simplemente el que no va es porque no le gusta.

Como he explicado mas de una vez el culturismo tiene sus orígenes en Francia, no proviene de Estados Unidos como muchos creerán, simplemente se cree que es algo que viene de ahí porque en dicho país se celebran los torneos más importantes y existen las federaciones más grandes.
En Argentina a mediados del siglo XX, en décadas como el 60 o 70 había contada cantidad de personas que quería verse fuertes y con los cuerpos definidos y ha pesar de que no tenía los medios que hay ahora no perdieron el valor ni los ánimos y en su afán de lograr verse con definición decidieron entrenar.
Por supuesto que las cosas no eran cómodas como
 ahora, ya lo ven en las imágenes, por empezar el gimnasio no quedaba a la vuelta de casa, había que recorrer una distancia larga para llegar y al entrar era un lugar en donde solo se podía escuchar ruido de metales, ese sonido tan hermoso que cualquier persona que le gusta entrenar de verdad le gusta escuchar.
Los bancos eran muy incómodos, eran tablas duras de madera, sin ningún acolchado por lo cual al hacer abdominales o press a parte de hacer fuerza había que soportar ciertos dolores que provocaba la dureza del banco.
Tampoco había grandes y largos mancuerneros con 
 muchos juegos de mancuernas de diferentes pesos, eran barras metálicas con discos soldados y ni hablar de encontrar todos los pesos, había que disfrazarlos, por ejemplo si una pesa pesaba 10 kilos y no había ninguna intermedia hasta llegar a 15, no quedaba otra que agarrar la 10 con algo menor a 5 kilos.
No era de extrañar que no hubiera espejos para ver si lo que estabas haciendo estaba bien hecho, si querías verte no te quedaba otra que verte en tu casa.
Las máquinas que había eran precarias e incómodas en su totalidad, no tenía los diseños de las de ahora y una misma máquina había que buscarle la vuelta para que no solo sirva para el ejercicio en cuestión sino para otros más y ni hablar las barras y los discos que tenían muchos años de uso y eran traídos del extranjero a precios bastante elevados, comprándose muchas veces de segunda mano por lo cual no estaban ni pintados ni lustrados como ahora y a lo mejor había una barra o dos barras de cada cosa.
 Las fotos que ven pertenecen al gimnasio Hercules, que estaba considerado como una de los mejores en la década del 50 y 60 y perteneció a Raul Montoya, un culturista campeón argentino de aquellos años.
Fíjense en la foto, verán que hay dos de la misma sala, una en donde está vacía y otra en donde hay hombres entrenando, lo que ven en el centro era una prensa y así era hasta que a alguien se le ocurrió inclinarla 45º y ponerle un asiento, la foto de arriba, una dorsalera sin asiento porque no existían las de ahora.
Ni hablar de ropa deportiva, lo más cómodo era entrenar como se los ve a los hombres de las fotos, 
en calzoncillos y alpargatas, claro, no existía la ropa deportiva.
Y también no era de extrañarse que aquel que por diversos motivos no tenía la posibilidad de entrar a estos antros hiciera con lo que tenía en su casa algunas cositas para entrenar como las mancuernas de cementos que se ven la foto que no era más que dos bloque de cemento unidos por un mango de madera que se terminaba partiendo con el tiempo por el sudor de la mano.
Por todo lo que han tenido que pasar, la fuerza de voluntad y el sacrificio que han puesto entrenando en condiciones en donde practicamente nadie de hoy en día lo haría es que aquellos que movían con sacrificio, valor y orgullo un kilos fueron apodados como "fierreros".


Estas son mis palabras dedicadas a aquellos hombres que han construido el culturismo argentino con lo poco que tenía y lo mucho que han dejado.

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